lunes, 11 de abril de 2016

El reloj

Entró en la librería y arrojó el reloj sobre el mostrador de madera, propinándole un sonoro golpe.

—Quédeselo, Mr. Carmichael. Ya no lo quiero. Se lo regalo.

Era Rubén, uno de mis habituales. Un joven de treinta y tantos, amante de la literatura de ciencia ficción.

—¿Y se puede saber por qué? —Inquirí, aunque sospechaba la respuesta.

—¡Es un instrumento cruel! ¡Se lo juro! Cuando necesito tiempo va más deprisa, y cuándo me sobra, va lento como un caracol. Cuando estoy a gusto, vuela. Y cuando quiero que algo acabe, lo convierte en eterno… ¡Estoy harto!

Hizo su elección, una edición antigua de un clásico de Ray Bradbury, y se marchó. No quiso recuperar su reloj.

Lo tomé en mi mano y lo miré. Eran las dos menos diez. Sabiéndose observadas, las dos manecillas se curvaron, mostrando una burlona sonrisa.

Yo también sonreí. Traviesos duendes del tiempo, habitantes de relojes… ¡Siempre haciendo de las suyas!

Así que abrí el cajón y lo introduje junto a los otros. Duendes del tiempo que llevan su reloj a cuestas, como las tortugas su caparazón.

Con éste, ya superaba la veintena. Relojes que un día pertenecieron a personas que en un momento de lucidez se dieron cuenta de que tenían al enemigo en su muñeca izquierda, y que como Rubén, lo habían abandonado a su suerte y habían comenzado a vivir.



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